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Travel Blog

Fuera de Ruta

Viajes a lugares que trascienden las guías de turismo

Macondo: 200 años de soledad

Escondido entre enormes plantaciones de bananas, un cartel pequeño, escrito en letras rojas y azules, anuncia: “Bienvenidos al verdadero Macondo. Tierra de inspiración que dio origen al mágico mundo macondiano. Tierra fértil y próspera bendecida por Dios a orillas delrío Sevilla. Fundado en 1820”.


Macondo existe. Y cumple 200 años en soledad. Nadie sabe si Gabriel García Márquez llegó a conocer esta aldea. El
escritor tomó su nombre y creó una ficción literaria. El caserío está olvidado a 40 kilómetros de Aracataca, en el departamento de Magdalena, al norte de Colombia.


¿Es posible ir a Macondo? ¿Por qué no está destacado en los mapas?

Situado en el interior profundo de las plantaciones de lo que fue la United Fuit Company, no está comunicado con  renes que transporten pasajeros, con barcos, colectivos, autopistas ni mucho menos con aeropuertos.


Se accede a pie, a través de las aguas ahora bajas del río Sevilla. O por un camino interno de asfalto deteriorado que cruza, sin puente, por un paso a nivel de una vía de ferrocarril, que ahora sólo traslada carbón.


El Gobierno local aspira a volver a poner en funcionamiento el tren amarillo, símbolo del regreso del escritor a su infancia en Aracataca. Pasará por la estación Sevilla, vecina a Macondo. Se hará una nueva cartografía.  El anuncio se hará el 6 de marzo, fecha del natalicio del autor. Pero faltan años para que esa vía esté disponible para pasajeros y turistas.


En tiempos del escritor, el tren pasaba a las 11 por Macondo. Y diez minutos después paraba en Aracataca. “El reto es que en dos años se vuelva a poner en marcha”, afirma cerca del gobernador, Carlos Caicedo Omar.


Hoy el caserío es un punto mínimo en la geografía. Apenas viven 250 personas. Por eso no está en los mapas turísticos o culturales de la zona, explica Diana Viveros, secretaria de Cultura de Magdalena. “Nos gustaría incluirlo en la cartografía”, afirma la funcionaria.


“Los escenarios que inspiraron al escritor están en Arcataca: allí se conserva el Museo y la Casa de Milagros la Bella. Pero a pocos kilómetros está este caserío que lleva el nombre de Macondo. Nadie sabe si el escritor llegó a conocerlo”, admite Luis Gruber secretario de Educación del mismo departamento de Magdalena. 


Es tan pequeño el caserío Macondo, que los nativos lo llaman vereda. Tiene casas bajas, de colores fuertes. En sus calles de tierra, transitan menos autos y más bicicletas. Hay niños que cruzan a pie un río para ir a la escuela. Y hay árboles que se llaman Macondos. “Hasta los aficionados a García Márquez desconocen la existencia de un
lugar real que oficialmente se llama Macondo y que se puede ir a visitar”, afirma Jaime Abello Banfi director de la Fundación Gabo.“Incluso a mí me sorprendió el caserío”, confiesa el hombre que fue amigo del Premio Nobel.


La vereda Macondo fue un hallazgo inesperado para la Fundación que cuida el legado del escritor: fue grande la sorpresa al descubrir un conjunto de sesenta casas rectangulares de los años 50’, con pequeñas galerías angostas al frente, construidas para atajar la lluvia y el sol. Y una vida de no ficción.


Sus habitantes no tienen apellido Buendía. Claro que tampoco llueven flores, no hay epidemias de insomnio, las mujeres bellas no vuelan, ni los muertos regresan a la vida, tal como describió García Márquez en su literatura.
Pero la casa más grande del lugar está pintada de azul como lo ordenó Don Apolinar Moscote, el primer corregidor de la ficción Macondo en Cien Años de Soledad.
Pocos habitantes del lugar han oído hablar aquí de Moscote. Ni de la las inumerables guerras que emprendió el coronel Aureliano Buendia, para evitar el azul conservador. En Macondo no hay biblioteca.


Está la casa azul. Y hay otras casas pintadas de verde, rosa y amarillo. No hay aceras: entre la calle de tierra y las  viviendas, hay un espacio también de tierra y arena pisada, delineado por viejas ruedas de autos
en desuso.


“Nunca imaginé que existiera un caserío más allá del cartel que inspiró a Macondo”, dice el director de la Fundación Gabo.
Conocía la historia: García Márquez tomó el nombre para su pueblo imaginario de un letrero que vio en una finca de bananas, al pasar desde el tren camino al pueblo de su infancia. Y le gustó la sonoridad de la palabra, según relató el escritor en Vivir Para Contarla.

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“El tren hizo una parada en una estación sin pueblo, y poco después pasó frente a la única finca bananera del camino, que tenía el nombre escrito en el portal: Macondo. Esta palabra me había llamado la atención desde los primeros viajes con mi abuelo, pero solo de adulto descubrí que me gustaba su resonancia poética. Nunca se lo escuché a nadie ni me pregunté siquiera qué significaba. Lo había usado ya en tres libros como nombre de un pueblo imaginario…” escribió el autor en sus memorias.


El novelista siempre vinculó los escenarios de su ficción con Aracataca. La aldea fue un hallazgo inesperado para la fundación. No esperaban siquiera hallar el viejo portal que vio Gabo tantas décadas pasadas.
“Este Macondo tiene 200 años, según me contaron mis abuelos”- dice Vilma Arenilla, presidente de la Junta de Acción Comunal de Macondo.
“Pero tenemos pendiente nuestra historia, lo que somos”, afirma la representante de la aldea.
“Es una veredita muy pequeña, muy humilde. Tan humilde que cumple 200 años y no lo festeja”, afirma Jhonny Navarro, vecino del lugar.
Otro vecino, Alexis Triviño Valdez se lamenta: “Llevo años viendo a Macondo en el olvido...”

De acuerdo al relato de los visitantes, Macondo tiene un ritmo aletargado, típico de las costumbres del Caribe antiguo. No tiene palacio municipal. No tiene puente para cruzar el río Sevilla. No tiene comisaría. Pero tiene mariposas amarillas. 

La comunidad pidió un puente para que los estudiantes puedan llegar a la escuela sin mojarse. No se hizo. El puente que pensaban trasladar desde otro lugar, no tenía el largo suficiente para cubrir el río: hay setenta metros de orilla a orilla.
No se sabe a dónde fue a parar el puente, admite Osmalía Gutierrez, vecina de la vereda. 

 

Los habitantes de Macondo esperan que el agua no suba. Y continúan con su vida de no ficción.

Ajenos a su fama literaria.
Daniel Marquínez llegó a este caserío, sin brújula. “Es muy impactante llegar allí a donde nadie llega, y contrastar el lugar con el mito”, sostiene Daniel que es director de Proyectos Especiales de la Fundación Gabo. “Uno alucina”.
En el pueblo no hay restaurantes ni hoteles. Los adultos trabajan en las plantaciones de bananos, de palma o de mango. Los niños juegan en la calle a la bolita. Apenas está el camino señalado. Tiene el letrero de
letras rojas y azules. Macondo se lee. Pero no es ficción: busca un lugar en el mapa.


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Datos Utiles

Cómo llegar: Desde Cartagena o desde Santa Marta, en auto o en moto. No hay transporte público hasta Macondo. Pronto pasará el tren que lo vincula a Aracataca.

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